Nuestro viaje por la educación rural (y la esencia de la vida)

Esa es la linda escuela de la vereda la Palma. Acá estudian 13 estudiantes su primaria, los más chiquitos van en transición apenas aprendiendo a coger un lápiz, los más grandes en quinto, aprendiendo a multiplicar y dividir.
Todos estudian al tiempo. En el mismo salón, la misma clase, la misma profesora, todos los cursos a la vez.
Y lo mismo pasa en bachillerato.
Imagínate cómo hubiera sido tu colegio, si mientras estabas en tu salón, el profesor tenía que enseñar 6, 7, 8, 9, 10 y 11 al mismo tiempo. Si cuando estabas sentado y mirabas a tu alrededor, todos tus compañeros estuvieran en cursos diferentes. Si en una clase de cincuenta minutos tuvieras que esperar a que dieran las instrucciones para todos los otros cursos. Si sólo hubieras tenido un profesor, para enseñarte todas las materias, de sexto a once.
Pausa, decántalo. Visualízalo por un segundo.
Así es como funciona la educación rural en Colombia. Así es una escuela campesina.
Un salón, muchos cursos. Un profesor, muchos estudiantes. Un mismo espacio, una misma clase.
¿Cómo es eso posible? ¿Cómo funciona una clase así? ¿Por qué pasa esto? ¿Por qué es así?
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Valeria está fascinada con la educación en Colombia. Ella es profesora, Licenciada en Primera Infancia, es su sueño, vocación, profesión y misión. Pero en el mundo tan vasto de la educación, ¿por qué éste tan particular de la educación rural le generaba esa dinamita?
No lo entendía hasta que me dejó mudo contándome la historia del salón en la escuela de la Palma. La educación rural es un mundo inigualable, un mundo que para nosotros los citadinos parece ficción porque nada de lo que funciona en la ciudad, puede aplicarse por acá. Ni el más creativo y soñador se imagina los retos que representa la educación en la ruralidad. Es un mundo que por su lejanía a nuestra realidad sin darnos cuenta decidimos ignorar.
¿Cómo es estudiar sin internet? ¿Sin computadores, ni bibliotecas? ¿Sin si quiera señal de celular?
¿Cómo es tener que montar dos horas en mula para llegar a la escuela? ¿Cómo es estudiar en una escuela donde sólo hay un estudiante? ¿Por qué existe una escuela donde sólo hay un estudiante?
¿Qué implica ser profesor en estas condiciones? ¿Dónde vive el profesor? ¿Cómo vive un profesor en una escuela en la mitad de una montaña sin poder comunicarse con su familia, su pareja, sus hijos? ¿Se separa el profesor de su familia? ¿Por qué alguien escogería ser profesor rural?
¿Por qué enseñan todos los cursos a la vez? ¿Qué tanto aprende un niño en esa modalidad? ¿Qué tanto aprende un estudiante en un bachillerato multicurso que sólo funciona tres días a la semana? ¿Por qué funciona solo tres días a la semana?
¿Por qué estudia un niño en la ruralidad? ¿Por qué tan pocos siguen a bachillerato? ¿De qué sirve la educación en estas condiciones? ¿Qué sueña un estudiante campesino?
¿Por qué la educación rural funciona así? ¿Qué es lo que pasa en el campo que nos lleva a estas condiciones tan extremas?
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Empezaba a entender la curiosidad de Valeria a contagiarme de ella. Cada historia sobre la educación en el campo colombiano nos dejaba atónitos, llenos de preguntas que cuando intentábamos intentábamos responder nos sentíamos aprendiendo a montar bicicleta leyendo las instrucciones sobre cómo montar, inútiles. Para aprender toca subirse en la bicicleta.
Para responder estas preguntas, para saber por dónde empezar y cómo aportar, para aprender de la educación rural en Colombia, no sirve estudiarla en la ciudad, toca vivirla en el campo.
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Nos cansamos de intentar aprender leyendo, le quitamos las rueditas a la bici y nos subimos a este viaje para descubrir la educación rural.
Este es nuestro proyecto y nuestra vida por los próximos doce meses.
Tomarnos un año para viajar por Colombia, viviendo por dos a tres meses en diferentes veredas rurales que nos permitan descubrir, estudiar y aprender en primera persona cómo funciona la educación en estas condiciones. Valeria quiere estar en el salón, sentarse en el pupitre, caminar los recorridos, compartir con los profesores. Empaparnos.
El rompecabezas de la educación rural nos enamoró. Pero antes de intentar armarlo, debemos descubrir sus fichas, de qué color son, encontrar las esquinas y su relación. Queremos aportar, queremos poner por lo menos una ficha en su lugar.
Pero para aportar primero hay que aprender.
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Les contamos que una noche de abril, recostados en el sofá turquesa de nuestra sala, tomando vino para dejar hablar a la imaginación, decidimos renunciar a nuestra vida en Bogotá para iniciar esta aventura de vivir la educación rural.
No les contamos una minucia que ayudó a tomar la decisión. El viaje al campo también cumplía uno de mis sueños, el cambio lo anhelábamos los dos. Ahora lo veo, lo que necesitábamos era una escuela rural. Estudiar a la vez, un mismo profesor, clases diferentes. Ella intentaría descubrir la educación, yo la esencia de la vida.
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Leyendo sobre los personajes más sabios de la historia encuentras que en su mayoría llevaban una vida simple. Austera y sencilla. ¿Por qué será?
Por allá Henry David Thoreau, cuando se retiraba a vivir en soledad y autosuficiencia en una cabaña al lado de la laguna de Walden decía que lo hacía no huyéndole a la vida, sino para descubrirla en su estado más puro, despojada de todo lujo, maquillaje y cobertura.
En otras páginas he leido que el acertijo de la buena vida se esconde detrás de una palabra: suficiente. ¿Pero cómo se encuentra viviendo en medio de tanta abundancia? ¿Tanta que cuando lo tenemos todo sentimos que no tenemos nada?
¿Cuánto es suficiente para mi? ¿Para nosotros? ¿Qué es lo que realmente disfruto? ¿Qué es gula? ¿De dónde viene mi felicidad? ¿Mi tranquilidad? ¿Dónde me estoy equivocando buscando el buen vivir?
Esa noche de abril cuando firmábamos el cambio de vida yo sabía que también era mi oportunidad, inscribirme a la lección de vida que quería tener pero no tenía la valentía de empezar.
Mi primera clase empezó antes del viaje. Pasar de un apartamento repleto de chécheres a una sola maleta. Nunca me había sentido tan ligero, ni tan abundante, como si al no tener nada sintiera que lo tenía todo.
Siento mucho curiosidad. Siento muchas ganas de vivir.
¿Qué encuentran aquí los sabios? ¿Qué revela una vida más sencilla? Acabo de abrir la puerta, vamos a ver qué hay.
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Dicen que si querés contarle un buen chiste al destino, cuéntale tus planes.
Aquí están los nuestros, ya veremos la vida qué nos depara . Se supone que será un año. Se supone que viviremos en varias veredas, en varias regiones del país, visitando varias escuelas. Disque aprenderemos de educación en el campo y además a vivir mejor.
Ya veremos, por aquí algo contaremos.
Empezaron nuestras clases en la escuela rural, ya veo algo que me encanta de este revuelto de salón. Se supone que está cada uno en su curso pero al compartir salón es imposible no oir los aprendizajes del de al lado, así pues, estoy aprendiendo de los sueños de Valeria y ella de los míos. Juntos escribiendo nuestro cuento.
Saludos desde la Vereda La Palma, en el mágico cañón del río Santo Domingo.
Juan Felipe y Valeria
25.septiembre.2024