Providencia y su encanto nos termina cuestionando el MBA.
Parqueamos las motos en la arena y llegamos a Southwest Bay. Por playas como esa es que Providencia es un paraíso. A medida que bajaba la adrenalina de una mañana épica de buceo, aparecía ese cansancio que obliga a siesta. Encontramos unas hamacas al inicio de la bahía, cada uno cogió una y en segundos estaba todo el mundo profundo. Lo mío fue power nap, al ratico ya estaba despierto. Asomo la cabeza sobre la hamaca a ver quién más estaba por ahí y veo al bisho prendido como un bombillo.
- Esta mañana me encontré con un tal Albert quien me dijo que preparaba los mejores cocteles de la isla. Es aquí derecho, ¿vamos o que?
-Camine - le respondo.
La mañana anterior, mientras preparábamos los equipos para bucear, preguntamos por un hotel abandonado que se veía al frente de la escuela de buceo. Al verlo era fácil imaginarse que tenía que haber sido uno de los más lujos de la isla, boutique, pequeño, privado, especial. A la vez era una de las cicatrices que el huracán había dejado en Providencia, su paso lo había destruido.
-
Creo que no han podido resolver un problema con el seguro - Nos dice Pichi, el instructor de buceo.
-
Creo que hasta lo están vendiendo - Termina en un tono de poco interés y vuelve su mirada a los tanques que tiene por armar.
Volviendo a ese momento surreal que es despertarse de una siesta, en una hamaca, en una playa cristalina para ir a buscar cocteles, me dice Santi (a.k.a el bisho)
- No me he podido sacar ese hotel de la cabeza. ¿Cuánto costará? ¿Te imaginas uno teniendo un hotel aquí? Así, chiquito. Uno lo atiende, uno recibe sus huéspedes. Vive en este paraíso.
-¿Cómo el de Raúl? - le pregunto.
Raúl es un isleño, probablemente unos años más grande que nosotros, dueño de la posada donde nos estábamos alojando. Su hotel, no tan lujoso, tenía unas seis habitaciones, distribuidas en un par de edificios. Un par de casas grandes más bien, sencillas y adaptadas a su propósito. Había una tercera casa donde él vivía, acompañado creemos que de su familia. Siempre muy atento, nos recibió cuando llegamos y estuvo muy pendiente toda la semana. Nos lo encontrábamos cada rato por la isla, en su camisa siempre abierta, en su moto siempre bien acompañado, resultó siendo la atracción favorita de más de una turista.
- Si tal cuál, como la posada de Raúl - responde el bisho.
-¿Te soñás esa vida no? - le pregunto, o más bien le confirmo.
-Total
- Si me acuerdo, cuando estuvimos en Guachaca, en el hotel que estaban empezando Juan y Paula me dijiste lo mismo. ¿Cuánto crees que vale el lote con ruinas de hotel incluidas?
-Ni idea, pero no he podido parar de pensarlo. Creo que es tremenda oportunidad.
- Hacéle que yo te invierto - le respondo con esa sonrisa del que no tiene un peso pero muchas ganas de apoyarlo.
La lee a la perfección y me responde en entre risas.
-En este momento no se puede. Primero tengo que hacer el MBA.
-¿Por qué?
-Para aprender - me responde sin titubear.
-¿Aprender qué?
-Pues a administrar el hotel.
Lo miro.
-¿Vos crees que Raúl sabe qué es un MBA?
Nos cagamos de la risa. Después un poquito de silencio.
El bisho me mira, con sonrisa de no jodás.
- Camine más bien a ver si éste si es el mejor coctelero del la isla. Albert es ese que está ahí al fondo - señala - detrás de la barra.