JuanFelipe

Providencia y su encanto nos termina cuestionando el MBA.

Parqueamos las motos en la arena y llegamos a Southwest Bay. Por playas como esa es que Providencia es un paraíso. A medida que bajaba la adrenalina de una mañana épica de buceo, aparecía ese cansancio que obliga a siesta. Encontramos unas hamacas al inicio de la bahía, cada uno cogió una y en segundos estaba todo el mundo profundo. Lo mío fue power nap, al ratico ya estaba despierto. Asomo la cabeza sobre la hamaca a ver quién más estaba por ahí y veo al bisho prendido como un bombillo.

-Camine - le respondo.

La mañana anterior, mientras preparábamos los equipos para bucear, preguntamos por un hotel abandonado que se veía al frente de la escuela de buceo. Al verlo era fácil imaginarse que tenía que haber sido uno de los más lujos de la isla, boutique, pequeño, privado, especial. A la vez era una de las cicatrices que el huracán había dejado en Providencia, su paso lo había destruido.

Volviendo a ese momento surreal que es despertarse de una siesta, en una hamaca, en una playa cristalina para ir a buscar cocteles, me dice Santi (a.k.a el bisho)

-¿Cómo el de Raúl? - le pregunto.

Raúl es un isleño, probablemente unos años más grande que nosotros, dueño de la posada donde nos estábamos alojando. Su hotel, no tan lujoso, tenía unas seis habitaciones, distribuidas en un par de edificios. Un par de casas grandes más bien, sencillas y adaptadas a su propósito. Había una tercera casa donde él vivía, acompañado creemos que de su familia. Siempre muy atento, nos recibió cuando llegamos y estuvo muy pendiente toda la semana. Nos lo encontrábamos cada rato por la isla, en su camisa siempre abierta, en su moto siempre bien acompañado, resultó siendo la atracción favorita de más de una turista.

-¿Te soñás esa vida no? - le pregunto, o más bien le confirmo.

-Total

-Ni idea, pero no he podido parar de pensarlo. Creo que es tremenda oportunidad.

La lee a la perfección y me responde en entre risas.

-En este momento no se puede. Primero tengo que hacer el MBA.

-¿Por qué?

-Para aprender - me responde sin titubear.

-¿Aprender qué?

-Pues a administrar el hotel.

Lo miro.

-¿Vos crees que Raúl sabe qué es un MBA?

Nos cagamos de la risa. Después un poquito de silencio.

El bisho me mira, con sonrisa de no jodás.

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